1. |
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Las herramientas demandan su uso.
Puedes estar en silencio, pero siempre como volcán,
Nunca como monte.
Yo quiero ser sastre y estar sigilosa,
Aprendiendo el oficio.
Pero nunca olvides, yo vengo del caserío,
Ahí todos somos apaches.
“Es que dios los cría y el diablo los junta”,
Decían las ma’imas y las abuelas.
Estamos aprendiendo a caminar,
Hombro con hombro, tributarios del canto antiguo.
Pronto escucharás nuestro nombre,
Nos dicen sastres, somos apaches.
Hay gente desde otros rincones que está caminando con nosotros.
¿Escuchas?
El Indio Pavez está cantando.
Somos la sangre que camina,
Estamos aprendiendo el oficio.
Piedra, piedra,
Muralla, muralla.
Pero nuestro paso es firme.
¿Escuchas?
El Indio Pavez está cantando.
Venimos hombro con hombro.
Palabras tiernas nos brotan,
¿Escuchas?
Hablarán de nosotros, sin que nosotros hablemos.
Sin que nosotros hablemos, hablarán de nosotros.
Yo traigo un acta primera,
¿Escuchas?
Desde Macondo a Comala,
Umbilical la memoria,
Un hilo rojo a la historia,
Pa’ alivianar la tragedia.
Escucha, esto es un llamamiento:
Yo voy a ser sastre, sin dejar de ser apache.
No tengo lugar, yo no tengo paisaje,
Ni aún menos tengo patria.
Con mis dedos hago fuego, con mi corazón te canto,
Aquí peleamos espalda con espalda.
Yo voy a ser sastre, sin dejar de ser apache.
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2. |
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Mi padre me heredó una guerra que estaba perdida,
Mi madre se negó a correr la suerte del cordero.
Yo tengo cien hermanos que avanzaron a cuchillo,
Yo tengo cien hermanas, nunca apagaron el fuego.
Tiernos los volcanes,
Se alzaron los metales,
Subieron la montaña,
Y apagaron las ciudades.
Abrieron los camiones en medio de poblaciones,
Socavaron el encierro por la tierra y por el cielo.
Fuego para el verdugo, fuego para el carcelero,
Fuego para el verdugo, también para el carcelero.
La muerte, la muerte,
Que venga la muerte.
La muerte, la muerte,
Nos mira de frente.
Tiernos los volcanes,
Se alzaron los metales,
Subieron la montaña,
Y apagaron las ciudades.
Yo tengo cien hermanos:canelos, baguales, cuchillos,
Yo tengo cien hermanas:cuarzo, amanita y martillo,
Yo tengo cien hermanos: piedra, agua y camino.
Yo tengo cien hermanas, todas se llaman Tamara,
Yo tengo cien hermanos, todos se llaman Rodrigo.
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3. |
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4. |
Os Trinitarios
11:41
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¡Ay, prometo no olvidarte!
¡Ay, prometo no olvidarte!
Con mi camisa blanca corrí a embarcarme,
Depositario de una corona de espinas,
Con la tragedia al pecho y el cuerpo camina.
Con los bolsillos vacíos,
Con la entereza de Ulrike,
Desde Hamburgo a Barcelona,
Voy repite que repite.
Tengo mis santos, tengo mis ritos,
Tengo los mapas y los collares,
Tengo las cartas y las postales,
Y los recuerdos de las ciudades.
Quise sudar mucho,
Quise cobrar poco,
Tan solo para hablar alto,
Tan solo para hablar alto.
Mi bandera es Yugoslavia,
Pero con papel de España,
Trabaja por trescientos,
Mis rodillas no doblaba.
Trabajaba por trescientos,
Pero nunca me callaba.
Tengo amigos desde Angola,
También de Sierra Leona,
Argelinos, palestinos,
Mejicanos y argentinos.
Estoy comprendiendo las lenguas,
Estoy juntando cicatrices,
Estoy caminando en lugares,
Que tú no sabes que existen.
Hacha y machete contra la vida,
Hacha y machete por la vida.
Pablo de Rokha, es hacha y machete,
Gabriela y Héctor, son hacha y machete.
El Quelentaro, es hacha y machete,
Víctor, Violeta, son hacha y machete.
Don Manuel Rojas, es hacha y machete,
Lucila del Elqui, es hacha y machete,
Martita Ugarte, es hacha y machete.
Hacha y machete, hacha y machete,
Hombro con hombro, hacha y machete.
Mi única patria está en los brazos de mi madre,
Mi única patria está en los ojos de mi hija.
Mi única patria está en la esquina de mi casa,
Mi única patria está con luto, mi camisa blanca.
Nunca te vayas a olvidar que aquí bailamos Charagua.
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5. |
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Vaya ocurrencia la del elefante de un día querer bajar al pueblo, que siempre había visto desde la distancia. Una curiosidad ingenua empujó al animal calle abajo, ante la sorpresa y la curiosidad de los viandantes que se asomaban y murmuraban a sus espaldas. Pero poco le importaron las miradas, poco le importaron los susurros: a paso firme recorrió el pequeño pueblo. Había guirnaldas, letreros, farolas, banderas y vitrinas, almacenes de abasto. Había tantos colores que sus ojos nunca habían visto. Cuánto asombro embargó el corazón del animal.
Entre las tiendas, una en particular atrapó su mirada. No era la verdulería, ni mucho menos la tienda de sombreros. Es sabido: los elefantes nunca han usado sombrero. Caminó el animal hasta el final de la calle, frente a la plaza. Allí estaba la famosa tienda de loza con sus vitrinas coloridas. Había platos color turquesa, copas de diferentes medidas, fuentes de porcelana, vajilla francesa, adornos de cristal y una gran lámpara de lágrimas que coronaba el local.
Miró la entrada y comprendió que no lo tendría fácil. Pero hay algo que los elefantes cargan en sus grandes cuerpos: qué sería de ellos sin su paciencia. Un paso, otro paso, coordinación acrobática, voluntad y sigilo. Un paso, otro movimiento, respiro hondo, contengo el aire. Atónito el dependiente, atónitos los curiosos que le habían acompañado a prudente distancia: el animal ya estaba adentro. Se escucharon murmullos, hubo miradas incrédulas. El elefante y su asombro. El elefante y su voluntad. El elefante y su paciencia.
Todo se calmó, pararon las voces y de repente, la muchedumbre se silenció. Un estornudo, un puto estornudo bastó esa mañana para desatar la tragedia. El imponderable error que trae cualquier gesta. Cayó un vaso, luego un plato turquesa, se vino abajo la gran vitrina. Gritó el elefante, se movió en una seguidilla de eventos desafortunados. El pánico se instaló en la pequeña tienda. “¡Traigan mi escopeta!”, gritó el policía, que por algo es el policía. “¡Contra él!”, dijo el alcalde, que por algo es el alcalde. “¡Que pague!”, dijo el juez, que por algo es el juez.
El silencio se volvió a instalar como si un huracán hubiese pasado por ahí. En una esquina de la tienda, el dueño de la tienda se largó a llorar. El elefante comprendió que aquel sitio no era su sitio, ni aquellos eran sus compañeros. Corrió cuesta arriba por donde mismo había llegado para salir de aquel pueblo infame. Recordó mientras corría las palabras del poeta salvadoreño Roque Dalton:
“País mío no existes,
sólo eres una mala silueta mía,
una palabra que le creí al enemigo”.
He tenido tanta esperanza como la de un "eleno" en Teoponte. Subí al monte, y me encontré con la tragedia. Tengo amor, como Cienfuegos entrando por La Habana. Tengo la convicción de Leila Khaled, tomando un avión en Zúrich. Pero mi suerte, es la de Ulrike Meinhof en su celda de Stuttgart, suicidada por el estado alemán.
“País mío no existes,
sólo eres una mala silueta mía,
una palabra que le creí al enemigo”
“Pronto llegará
el día de mi suerte
sé que antes de mi muerte
mi suerte cambiará”
Caminamos las brasas,
navegamos dolores,
portamos cicatrices,
con orgullo de bestias.
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Sastre y Apache Santiago, Chile
Somos sastres, pero también somos apaches, Somos reyes, pero también somos caníbales,
Con un guante de mercurio y otro de seda.
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